24.1.07

Vigésimoséptimo.

-XXVII-

El buen viajero no deja huella que pueda seguirse,
el buen hablador no deja palabras que puedan ser cuestionadas,
el buen contable no deja cálculo sin comprobar,
el buen cerrajero no deja cerradura que pueda ser forzada,
el buen atador no deja nudo que pueda ser deshecho.
Así, el sabio cuida a todos los hombres
y no abandona a ninguno.
Acepta todo y no rechaza nada.
Atiende hasta el menor detalle.
Así el fuerte debe guiar al débil,
pues el débil es el material de donde hacer a los fuertes.
Si la guía no es respetada
o el material no es cuidado
se origina confusión, no importa cuan inteligente sea uno.
Esta es la esencia de la sutileza.


-XXVII-

Un buen corredor no deja huellas.
Un buen discurso no contiene errores que permitan atacarlo.
Un buen contable no necesita el ábaco.
Una puerta bien cerrada no necesita cerrojo,
y sin embargo no puede abrirse.
Un nudo bien hecho no necesita cuerda,
y sin embargo no puede deshacerse.
Por eso el Sabio sabe ayudar a las personas,
no rechaza a nadie.
Sabe conservar las cosas,
no rechaza nada.
A esto se le llama saber hacer uso de la Luz interior.
Por consiguiente, el hombre bueno es el maestro del malo.
Y el malo es la lección del bueno.
Aquel que no valora a su maestro ni ama su lección
va por el mal camino,
Por muy ilustrado que sea.
Éste es el secreto sutil.


-XXVII-

El buen caminante no deja huella.
El buen orador no necesita desmentir.
El que sabe calcular no necesita ábaco.
Quien sabe cerrar no precisa candado ni llaves,
y sin embargo, nadie puede abrir lo que él cierra.
Quien sabe atar no precisa cuerdas ni lazos,
y sin embargo, nadie puede desastar lo que ata.
El Sabio siempre conoce el modo de salvar a las personas;
por eso, no hay cosas viles para él.
A esto se le llama lucidez innata.
Así, los hombres buenos son los maestros de los menos buenos,
y éstos, la materia de aquellos.
Quien no estima a sus maestros,
así como quien no ama la materia de que dispone,
yerra gravemente, por mucho que sepa.
Este es el gran secreto.



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